La Felicidad es un Tesoro


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Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir
que la felicidad era un tesoro.
A partir de aquel instante comenzó a buscarla.
Primero se aventuro por el placer
y por todo lo sensual,
luego por el poder y la riqueza,
después por la fama y la gloria,
y así fue recorriendo el mundo del orgullo,
del saber, de los viajes, del trabajo,
del ocio y de todo cuanto estaba
al alcance de su mano.
En un recodo del camino vio un letrero que decía:
"Le quedan dos meses de vida."
Aquel hombre, cansado y desgastado
por los sinsabores de la vida se dijo:
"Estos dos meses los dedicaré a compartir
todo lo que tengo de experiencia,
de saber y de vida con las personas que me rodean.
" Y aquel buscador infatigable de la felicidad,
solo al final de sus días,
encontró que en su interior,
en lo que podía compartir,
en el tiempo que le dedicaba a los demás,
en la renuncia que hacia de si mismo
por servir estaba el tesoro que tanto había deseado.
“Cuando una de las puertas
de la felicidad se cierra, otra se abre,
pero, a menudo, miramos tanto la puerta
que se ha cerrado que no vemos aquella
que se ha abierto para nosotros.”
Comprendió que para ser feliz se necesita amar;
aceptar la vida como viene;
disfrutar de lo pequeño y de lo grande;
conocerse a si mismo y aceptarse así como se es;
sentirse querido y valorado,
pero también querer y valorar;
tener razones para vivir y esperar y también
razones para morir y descansar.
Entendió que la felicidad brota en el corazón,
con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión.
Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar;
que esta unida y ligada a la forma
de ver a la gente y de relacionarse con ella;
que siempre está de salida
y que para tenerla hay que gozar de paz interior.
 

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La luna
guardiana nocturna de nuestros sueños,
está presente en infinidad de mitos,
de leyendas, de historias pobladas
por dioses o héroes legendarios...
Se le reserva un lugar importante
en casi todas las culturas,
incluso en las de los países más desarrollados
(en los que tienden a perderse
las referencias a la naturaleza),
en las que sigue teniendo presencia
en poemas, canciones...
Para los pueblos antiguos,
el cielo era el campo de batalla
en el que la noche y el día
(la luna y el sol)
tenían su eterna pelea.
Este ciclo también representaba
la oposición tinieblas/luz,
con todas las cosas que se asocian a la oscuridad,
lo tenebroso... y las que se asocian
a lo claro, lo luminoso.
En último término,
era la demostración del equilibro
entre el bien y el mal,
representado el primero a través
de la luz y el día,
y el segundo a través de lo oscuro, la noche.
En casi todas las culturas
se ha entendido que el sol representaba lo masculino
y la luna lo femenino,
y los dioses sol y luna adoptaban así
la forma de hombre y mujer respectivamente.
Sin embargo, hay algunas excepciones,
como el mito báltico de la diosa solar Saule,
tejedora del cielo.
El consorte de Saule es la luna,
Menesis, perezoso e irresponsable
en contraste con ella,
que infatigable recorre el cielo a diario
para repartir luz, calor, curación y crecimiento.
Juntos engendraron a su hija Tierra,
y actualmente se turnan para cuidarla.

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